Néstor Mendoza

Nació en Capital Federal; en 1970, el día de los enamorados. Alguna vez tuvo un año sin amor. Pero eso fue mucho después. Su infancia transcurrió en el monte santiagueño, donde supo del rigor del agua que falta, tuvo compañeros que iban a la escuela descalzos. Un día malísimo el hilo del barrilete se le cortó y corrió, corrió. No hubo caso, esa primer gran perdida lo obligó a pensar en la tristeza. Ama el rock que se hace con sensibilidad. Marchó por primera vez en la adolescencia contra las leyes de obediencia debida y punto final. Cuando se siente mal mira documentales de serpientes en animal planet. O viejas peleas de box. Integró la asociación quimérica “La jeta literaria”. Hoy coordina junto a su amigo Andrés, un ciclo de lecturas punk: “Lata peinada”. Tiene un hijo: Tomás Ernesto de 15 años. Sigue siendo ateo, de Boca y Quimsa.




Días del simio


Esta ciudad nunca debió tener zoológico,
Los zoológicos son para ciudades grandes
monumentales, con olor a imperio,
mucho cemento mucho vidrio
metro, psicoanálisis y stress.
Da para Nueva York, Buenos Aires o San Pablo,
¿pero aquí?
aquí no.

Tomás Mendoza recuerda,
Le han instalado la maquinaria de memorar
y recuerda a Monti,
el simio que fuma y ya tiene 46
y sufre de epilepsia y calambres.

Alguna vez fuimos juntos y  tiramos comida,
vimos los vendedores de copos de nieve:
esa ilusión de algo que se hunde en la boca
pero no es.
Algodón de azúcar que sucumbe al primer contacto,
en un lugar amargo con leones muertos de tristeza
y tortugas más tortugas que nunca.

Esta ciudad nunca debió tener zoo,
Tomás lo sabe, yo lo sé; y dijimos que era triste
como los circos pobres.
Ahora nos abrazamos porque no tenemos nada que celebrar;
y la civilización es apenas el reverso de la barbarie
y Monti fumó todo el pesar de los hombres y niños
que fuimos a ver la muerte.